Última actualización el 11 de julio de 2025
Esta mañana cuando sacaba la basura al depósito escuché el trote uniforme de la vecina llevando a sus hijos casi que arrastrados con sus maletas y trabajos escolares gritándoles como loca: ¡Vamos tarde! Yo como si nada la seguí con la mirada.
Atravesó la portería, se encontró con la monitora de la ruta escolar, le entregó hijos, trabajos y lonchera; les dió un beso acompañado de un signo de bendición. Y tras el acto de fe, como succionados por una fuerza invisible se metieron todos a la ruta escolar y se fueron afanados. La señora se calmó, tomó aire, arregló un poco su cabello despeinado por el trote y se devolvió taciturna, tranquila, como si el mundo se hubiese detenido frente a ella ¿Y qué será de su vida entonces? me pregunté. Me dije: A lo mejor seguirá en su casa, haciendo los oficios, viendo la novela, el noticiero y esperando la carrera del día siguiente con los niños. Pobre, a lo mejor cuando era niña, su mamá también apuraba por levantarla y ordenarle el día, mientras la llevaba corriendo a la escuela reclamandole que iban tarde. Y todo eso para qué; para después hacer lo mismo con sus hijos, y así sus hijos con los hijos de ellos, como en una secuencia de actos infinita y casi que sin sentido.
La vecina hace lo que ella cree que tiene que hacer, pensé, pero luego me dije: No, ella simplemente hace las cosas por rutina, porque dentro de su rutina esas cosas tienen algún sentido de verdad, de validez. Ahora, si le pregunto por qué era importante que no se les hiciera tarde, podría cuestionarla y muy seguramente me contestará como las reinas de belleza, o como si estuviera a punto de ganarse el premio de la mamá del año: Lo hago por el futuro de mis hijos, para que sean hombres de bien en sus trabajos, para que sus vidas sean mejores…etc. y toda esa sartada de respuestas autoreflexivas que nos enseñan en nuestra socialización primaria.
Estoy seguro de algo y es que la señora en el fondo, así como muchos de nosotros, olvidó por entender por qué terminó haciendo mucho de lo que hace en su vida. Si lo miramos en el campo laboral, podría decir que la gente al preguntarle el por qué trabaja diría algo como: Yo trabajo porque toca trabajar, porque me toca conseguir el diario, porque quiero comprarme una casa, porque dios dice que sino trabajo no como (aquí volvemos a las respuestas tipo me voy ganar el premio al mejor…) pero nunca responden cosas que no escapen del sentido común, las de fondo desaparecen o se olvidan, es como la señora corriendo con los niños diciéndoles que se les hizo tarde.
Me acordé al ver el apuro de la vecina, de un libro que se llama “La Corrosión del Caracter” es un libro de sociología del trabajo. Si usted no se lo ha leído, se lo recomiendo, es una de esas joyas que encuentra en la biblioteca escondidas entre libros de Bourdeiu o de Weber. El libro lo escribió uno de los sociólogos con renombre en el tema de la sociología del trabajo. Él se puso a investigar cómo el trabajo nos ha jodido (y seguramente nos seguirá jodiendo) la vida social. El señor se llama Richard Sennet. Probablemente no le suena el nombre, ya que él no es tan famoso como el viejo Bauman, ni como el muy correcto caballero inglés Giddens; pero créame que el tipo sabe de qué habla.
Quisiera compartirle un fragmento de su obra que quizá le interese y que espero me ayude a explicarle por qué se me dio por ponerle cuidado a la vecina mientras llevaba a sus hijos a la ruta escolar. Espero que usted saque sus conclusiones, yo ya saqué las mías. Cuando tenga las suyas compartalas en los comentarios y yo haré lo mismo, y así todos discutiremos felices y orondos.
También lo invito a que vea un vídeo muy corto sobre “el empleo” como para ponerle algo de sazón al tema. Cuando termine de leer el fragmento de Sennet y el vídeo, le invito a que se pregunte por su empleo actual, por el empleo soñado, por su necesidad de emplearse, para qué quiere emplearse, el empleo debe hacernos seres humanos felices, y todo cuanto se le ocurra.
Gracias, espero nuestro próximo encuentro.
Acá el fragmento:
ILEGIBLE.
En este apartado Sennet retorna a una vieja panadería en Boston a la que no visitaba hace años después de realizar unas entrevistas para uno de sus trabajos. La panadería era de emigrantes griegos que hacían el pan de manera artesanal.
Las personas que entrevisté aquí hace un cuarto de siglo, tenían una manera bastante legible de calcular la clase social, una manera que implicaba una estimación bastante personal del yo y las circunstancias. El individualismo americano expresa la necesidad de status en términos de diferenciación respecto de las masas: uno quiere ser respetado por sí mismo. En Estados Unidos la clase tiende a interpretarse como una cuestión de carácter personal. Por eso cuando un panadero decía que era de clase media, no se refería al dinero o al poder que tenían, sino a como se valoraban a sí mismos. ( Vendría a significar algo como soy bastante bueno).Para los americanos las medidas de posición social están mas relacionadas con la raza y la identidad étnica. Por ejemplo, para esos panaderos, negro era sinónimo de pobre, y pobre (a través de la alquimia que convertía una posición social objetiva en carácter personal)era un signo relacionado con degradación.
El enfoque marxista tradicional de la conciencia de clase se basa en el proceso de trabajo, concretamente en la manera como los trabajadores se relacionan entre sí a través del trabajo. La panadería unía efectivamente a esos trabajadores creándoles una conciencia de sí mismos. El orgullo del
oficio era fuerte, pero la solidaridad étnica provocada por el hecho de que todos esos panaderos eran griegos, posibilitaba su solidaridad en ese trabajo: ser un buen trabajador significaba ser un buen griego. Igual que Enrico, los panaderos griegos de la panadería tenían una serie de directrices burocráticas para organizar su experiencia de largo plazo. Los puestos de trabajo habían pasado de padres a hijos a través del sindicato local, que también estructuraba rígidamente los salarios, los beneficios y las pensiones. Para hacer más firmes las certezas de ese mundo, los panaderos necesitaban ciertas ficciones: Aún cuando en el sindicato hubiera corrupción, esos panaderos se apoyaban en la ficción de que esos sindicalistas corruptos comprendían sus necesidades; aunque el primer propietario de esa panadería hubiera construido su posición a través de sus contactos con la mafia italiana, necesitaban creer que el esfuerzo duro en ese trabajo era un camino hacia el ascenso social. Estas eran algunas de las maneras en que un grupo de trabajadores hacía legible en un idioma más personal las condiciones que un europeo podría leer en términos de clase. La raza medía hacia abajo; la pertenencia étnica hacia arriba, hacia nosotros.Cuando volví, después de veinticinco años, me sorprendió lo mucho que había cambiado. El dueño es ahora una cadena gigante del ramo que trabaja según los principios de la especialización flexible, utilizando máquinas complejas y reconfigurables. Desde el punto de vista social ya no es una panadería griega; trabajan algunos jóvenes italianos, un hippie WASP, y varios individuos sin una identidad étnica discernible. Además, ya no solo trabajan hombres. Los trabajadores van y vienen a lo largo del día; la panadería es una red compleja de horarios a tiempo parcial. El poder del sindicato se ha debilitado. El capataz (sorprendentemente, dados los prejuicios que habían imperado en esta panadería) es negro. En este lugar de trabajo altamente flexible y tecnologizado, donde todo es de fácil manejo, los trabajadores se sienten personalmente degradados por la manera en que trabajan. Desde el punto de vista operacional todo es perfectamente claro; desde el punto de vista emocional es terriblemente ilegible. Como resultado de este método de trabajo, en realidad, los panaderos ya no saben como se hace el pan. El trabajo no les resulta legible en el sentido de que ya no comprenden lo que están haciendo. El nivel de solidaridad es bajo. La mayoría de las personas permanecen, a lo sumo, dos años en la panadería; las bajas compensaciones son la contracara de los horarios flexibles.
Son personas que se sienten en un trabajo de tránsito, que tienen una identidad laboral débil. La falta de apego va unida también a la confusión de no saber con claridad el lugar que ocupan en la sociedad. Esta confusión podría ser tolerable si también hubiera desaparecido la disposición americana a interpretar las circunstancias materiales en términos de carácter personal. Pero eso no ha ocurrido. La experiencia en el trabajo aún parece intensamente personal. Estas personas aún se sienten fuertemente inclinadas a interpretar su trabajo como algo que se refleja en ellos en cuanto individuos, pero las cualidades personales que hacen a un buen trabajador son más difíciles de definir. En todas las formas de trabajo (desde la escultura hasta servir comidas) la gente se identifica con las tareas que son un reto para ellos, tareas que son difíciles; pero en este lugar de trabajo flexible, la maquinaria hace todo sencillo para todos, y genera una actividad acrítica e indiferente. (Claro está, no todas las tecnologías y los diferentes tipos de trabajo, producen estos efectos). Cuando la comprensión del trabajo es superficial, la identidad del trabajador es frágil. La flexibilidad crea distinciones entre superficie y profundidad, y los sujetos menos poderosos están forzados a permanecer en la superficie.
Del mismo modo, la gente puede padecer de superficialidad al tratar de leer el mundo que la rodea y leerse a sí misma. Las imágenes de una sociedad sin clases, una manera común de hablar, de vestir y de ver, pueden también servir para ocultar las diferencias más profundas; hay una superficie en la cual todo el mundo parece estar en el mismo plano, pero romper esa superficie puede requerir un código del cual la gente carece.